miércoles, 11 de septiembre de 2013

CHIQUITITA

¿En qué momento un sueño se convierte en una obsesión? ¿En qué momento cruzas esa fina línea, que separa la ilusión en desesperación? Estas preguntas llevan rondándome la cabeza unas cuantas semanas, supongo que el mismo período de tiempo en el que he notado que la necesidad de volver a mi antigua ciudad se está apoderando de mi nuevamente. Pensé que la había superado; pensé que volver a Barcelona era un sueño que había dejado apartado, para rescatarlo cuando fuese el momento oportuno. Sabía que si lo hacía antes, como ha ocurrido ahora, las horas, los meses que me quedaban para poder convertirlo en realidad, se me harían largos y tediosos. Y así ha sucedido.

Y de repente aparece el miedo. Miedo a que lo que yo espero suceda en unos meses, se trunque y no pueda realizarse. Miedo a que salga mal, miedo a que llegue allí y realmente, nada sea como antes, todo sea difícil y vuelva la soledad. Este verano he pasado largas temporadas allí; he intentado impregnarme de lo que tanto me gusta, del ambiente, de los lugares, de las oportunidades fantásticas que me ofrece a mi y al resto del mundo que deseé encontrarlas. También he disfrutado de recuerdos y de personas que han formado parte de mi pasado, y que hasta ahora no dibujaban nada en el presente. Es increíble como a veces, se separan los caminos de la amistad y, simplemente, un día tomas otro sendero del camino y vuelves a coincidir con aquellas personas y sencillamente te saludas y retomas el camino con ellas, como si nada hubiese ocurrido, como si el tiempo no hubiese pasado. Con ellas redescubres facetas de tu vida y de tu persona que creías olvidadas o superadas, y te planteas en qué momento decidiste cambiarlas por lo que considerabas, una mejor forma de ser. Yo siempre he dicho que me encantaba como era antes. Claro que era inmadura e ingenua, pero me comía el mundo, era grande, y estaba segura de cada paso que daba. En qué momento sucumbí a los estereotipos, me bajé de mi escalón y bajé la cabeza para hacerme chiquitita, eso ya no lo sé. 
Quizás, Barcelona sólo sea un pretexto, una cortina de humo, y mi sueño realmente sea volver a ser aquella persona que era, aquella chica, convertida ahora en mujer, un poco más sabia y más madura, y no volverme a sentir chiquitita. Porque, oh de verdad, cuando pongo un pie en mi querida ciudad, me transformo completamente, y me siento increíblemente feliz, anónima y poderosa.

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