viernes, 15 de julio de 2016

SON MIS AMIGOS

Un día descubres qué es la envidia y no hay vuelta atrás. Demasiado tarde para no volver a sentirla. Siempre te venden la moto de que hay una envidia sana... Qué gran mentira. El sentimiento de envidia es horrible. Se apodera de tu humanidad para ser un despojo de sentimientos de decepción hacia uno mismo y de miseria hacia los demás. En un momento pasas a desear la buena suerte del otro; su belleza; su coraje. Algo que no te pertenece a ti, o bien por destino -si así lo quieres llamar- o bien porque no has tenido el valor para dar un paso al frente y hacer lo que el otro hace. 

En definitiva la envidia no deja de ser un quiero y no puedo. Una necesidad impetuosa de tener algo o ser alguien que no tienes o no eres. 

Y realmente el miedo, el poco valor, frena a las personas para poder volar libres a sus antojos de superación. Los estereotipos sociales juegan aquí un papel fundamental, pero no vamos a teorizar en ello más allá de un puro nombramiento puntual. Dado el caso de un interés superior en el tema de estereotipo seguro encontrareis un amplio abanico de libros y/o estudios de gente inteligente que hablan sobre ello. ¡Y ahí está otra vez! Ahí, escondida entre líneas, ¡ahí! La envidia. Porque yo querría ser uno de esos señores inteligentes que hacen estudios inteligentes sobre cosas inteligentes.

El tema es que hace tiempo que no sé quien soy y, peor aún, no sé quién quiero ser. ¿Una aventurera voluntaria internacional al galope de una mochila y buenas voluntades de vivir experiencias y servir a la sociedad? ¿Una gran profesional de mi ámbito que hace estudios inteligentes sobre cosas inteligentes? ¿Una eterna estudiante empedernida o una emprendedora social? ¿Una Indiana sin ataduras que marchiten el corazón o una mujer de relación? 

¿Se puede ser todo? ¿Se puede ser todos? ¿Se debe ser todo? 

viernes, 13 de septiembre de 2013

LA CHICA DE LAS CANCIONES

Me duele el corazón. Es difícil explicar ese dolor, pero es peor que un dolor de muelas, y sólo aquellos que lo padezcan o hallan padecido saben de qué hablo.
Pero, lo peor de este dolor es que solo aumenta, no hay forma de que se haga más pequeño, y escuece aún más cuando escucho ciertas canciones y pienso: ¿por qué no soy la chica de la canción?
Por qué no soy la chica a la que echan desesperadamente de menos, a la que se han dado cuenta de que han perdido cuando ya me he marchado; por qué no soy a la que le desean que sea feliz con otro porque, tonto de él, me ha perdido. ¿Por qué soy yo la que siente eso?
En qué momento te despiertas y te das cuenta de que no eres la persona fuerte que creías, ni independiente, ni genial... y te preguntas por qué no luchó por ti, por qué no fuiste suficiente como para que dejara su manera de ver o entender las cosas, que sabes que es equivocada, por ti. Por qué siempre tú, porqué siempre esa frase de "no te podrás reprochar nada, tú lo has intentado/lo has dado todo". Para cuándo una persona que sea ella quien lo de absolutamente todo...
Y así es como, tu corazón se va rompiendo poco a poco, tus fuerzas se hacen más pequeñas, tus ganas se disipan y sólo piensas... ¿cuándo seré la chica de las canciones?

miércoles, 11 de septiembre de 2013

CHIQUITITA

¿En qué momento un sueño se convierte en una obsesión? ¿En qué momento cruzas esa fina línea, que separa la ilusión en desesperación? Estas preguntas llevan rondándome la cabeza unas cuantas semanas, supongo que el mismo período de tiempo en el que he notado que la necesidad de volver a mi antigua ciudad se está apoderando de mi nuevamente. Pensé que la había superado; pensé que volver a Barcelona era un sueño que había dejado apartado, para rescatarlo cuando fuese el momento oportuno. Sabía que si lo hacía antes, como ha ocurrido ahora, las horas, los meses que me quedaban para poder convertirlo en realidad, se me harían largos y tediosos. Y así ha sucedido.

Y de repente aparece el miedo. Miedo a que lo que yo espero suceda en unos meses, se trunque y no pueda realizarse. Miedo a que salga mal, miedo a que llegue allí y realmente, nada sea como antes, todo sea difícil y vuelva la soledad. Este verano he pasado largas temporadas allí; he intentado impregnarme de lo que tanto me gusta, del ambiente, de los lugares, de las oportunidades fantásticas que me ofrece a mi y al resto del mundo que deseé encontrarlas. También he disfrutado de recuerdos y de personas que han formado parte de mi pasado, y que hasta ahora no dibujaban nada en el presente. Es increíble como a veces, se separan los caminos de la amistad y, simplemente, un día tomas otro sendero del camino y vuelves a coincidir con aquellas personas y sencillamente te saludas y retomas el camino con ellas, como si nada hubiese ocurrido, como si el tiempo no hubiese pasado. Con ellas redescubres facetas de tu vida y de tu persona que creías olvidadas o superadas, y te planteas en qué momento decidiste cambiarlas por lo que considerabas, una mejor forma de ser. Yo siempre he dicho que me encantaba como era antes. Claro que era inmadura e ingenua, pero me comía el mundo, era grande, y estaba segura de cada paso que daba. En qué momento sucumbí a los estereotipos, me bajé de mi escalón y bajé la cabeza para hacerme chiquitita, eso ya no lo sé. 
Quizás, Barcelona sólo sea un pretexto, una cortina de humo, y mi sueño realmente sea volver a ser aquella persona que era, aquella chica, convertida ahora en mujer, un poco más sabia y más madura, y no volverme a sentir chiquitita. Porque, oh de verdad, cuando pongo un pie en mi querida ciudad, me transformo completamente, y me siento increíblemente feliz, anónima y poderosa.

lunes, 19 de septiembre de 2011

¿EN QUÉ MOMENTO?

¿En qué momento dejamos de ser niñas, para empezar a comprarnos Cosmopolitan, Vogue o Glamour y que la moda y el que nos vean bien sea nuestra primera prioridad?

Dejo apartada la historia de Ginebra para empezar este post con una pregunta que me viene rondando desde hace días. La pregunta no apareció en mi cabeza por casualidad, sino que todo se debe a una conversación entre madre e hija que, esperando en la parada del autobús, discutían sobre la hora de ésta última para la esteticién.  Dicha conversación no hubiera llamado mi atención a no ser porque la hija no debía de sobrepasar los 12 años.

¿En qué momento bajamos la cabeza y nos damos cuenta de que ese bello al que no le dábamos más importancia ahora se ha convertido en algo que estorba a la vista? ¿Es a nosotras a las que nos molesta o a los demás?
Inevitablemente, hemos corrompido la infancia de nuestras semejantes, para que las preocupaciones que deberían llegar a una edad más tardía, e incluso no llegar, aparten las horas de jugar con muñecos y de ir con los amigos sin preguntarse la imagen que ellos pueden tener de nosotras.

Ojalá llegue un día en la historia en el que no se espere de la mujer el estar siempre guapa, sino que podamos mirarnos los unos a los otros tal y como somos, sin tener que ser esclavos del qué dirán.

viernes, 5 de agosto de 2011

CAPÍTULO 3

Me divisé a mi misma entre máquinas de coser e hilos de todos los colores. Mi madre se había marchado a hacer la compra, y me quedé con mi abuela, que ya estaba más gozando de las puertas del cielo que de su tumbona roida por los años.


Miguel se había marchado hace ya cosa de una hora. Había viajado hasta mi pueblo para visitarme, y para recordame mi antigua vida y mis antiguas preocupaciones. Durante esos días, habíamos estado hablando de los mismos temas transcurridos de siempre:
El amor, el sexo y el dinero. Éste último nos ocupó buena parte de la visita de mi amigo, el cual me hizo una reveladora confesión: había empezado a cambiar sus prioridades, y el dinero empezaba a no ser tan importante en su vida.
Quizás fuera por el corte de pelo que tanto necesitaba, o porque sus ojos decían todo lo contrario, pero la cuestión es que no le creí. Nadie no necesita el dinero, y la gente como nosotros, que lo habíamos saboreado durante un período corto de nuestra vida, aquellos años locos nos sabían a poco.
Como siempre empezamos a divagar. Él seguía con la loca, pero no descabellada idea de meterse a puta de lujo, y yo había encontrado una nueva forma de enriquecerme de una forma fácil y rápida: la ruleta de la suerte.
La cuestión de todo esto, es el hecho de preguntarse si el dinero no era tan importante.
¿En qué invertiríamos tanto dinero a nuestra edad? Definitivamente la respuesta vino de la mano de una factura de la universidad días después.
La formación cada vez era más cara, y así lo confirmaba ese primer recibo de 500 euros. Había decidido que, a pesar de todo, seguiría mis estudios en la universidad, supongo que para recordar algo de mi antigua vida. El día de inicio se acercaba, y el miedo me apresaba. Sabía que posiblemente, volver a la ciudad volvería a destapar todos los demonios del pasado. Mi madre se había opuesto a mi decisión de seguir con los estudios, pero creo que era más por el hecho de que deseaba que formara parte del estrecho y selecto club de casadas del pueblo, que por el miedo a mis recaidas emocionales. 

Cuando se fue Miguel, reflexioné sobre el hecho de depositar tantas y tantas esperanzas en una beca; me parecía algo ya absurdo. Mientras Max, un buen amigo de Miguel, vivía por todo lo alto en una casa con piscina a ras de suelo en la parte alta de la ciudad, nosotros esperábamos con ansia la apertura de las solicitudes de beca.
En una ocasión pregunté a Max en qué se sustentaba la fortuna familiar, no por interés trivial si no para entender de dónde bajaba todo aquel patrimonio.

Interrumpió mi pensamiento un niño, que pasaba con su móvil de última generación, escuchando a toda voz aquella horrible canción que me golpeaba el corazón con fuerza... la tecnología había llegado al pueblo.